Acantilados de arena petrificada y enormes tabaibas acompañan en el camino hacia el fin del mundo.
Es el municipio más alto de Gran Canaria, situado
a más de 1.000 metros en mitad de la isla. Pero Artenara reivindica su
playa y la viste con acantilados de arena petrificada y tabaibas de
hasta tres metros de altura para dibujar un camino por el que llegar al
fin del mundo. La ruta del Andén Verde y Las Arenas recorre unos dos
kilómetros de acantilados que descienden hacia el pequeño tramo de costa
entre los términos de Agaete y San Nicolás que conforma la salida al
mar del municipio de interior. Llegar es como sentirse, de repente, en
otra isla.
Por allí bajan a diario pescadores cargados de enseres en busca de los rompientes, y eso a pesar de ser un camino fácil. El tramo del andén cubre unos 300 metros con un sendero no apto para principiantes, o despistados. La anchura de apenas un metro puede transformar en vértigo el simple gesto de echar un vistazo a la imponente presencia de los riscos o al paisaje del pueblo de Agaete, en la distancia, no ya al temor de dar un pequeño tropiezo.
Para disipar los sudores, aunque sean fríos, al final del tramo aguarda un manantial que invita a perderse saliendo del camino marcado en la ruta senderista, porque no está a la vista. Después, se puede seguir descendiendo hasta el mar y elegir entre la arena que haya dejado el océano en días de poco oleaje -hacia la derecha-, o caminar entre callaos para tomar un baño y resfrescarse antes de emprender el ascenso que, con un desnivel de unos 300 metros, puede llevar más de dos horas. Quienes se sientan intimidados por el esfuerzo, pueden admirar el camino desde el pueblo vecino y señalar allí donde una lengua amarilla de arena baja hasta la playa.
Por allí bajan a diario pescadores cargados de enseres en busca de los rompientes, y eso a pesar de ser un camino fácil. El tramo del andén cubre unos 300 metros con un sendero no apto para principiantes, o despistados. La anchura de apenas un metro puede transformar en vértigo el simple gesto de echar un vistazo a la imponente presencia de los riscos o al paisaje del pueblo de Agaete, en la distancia, no ya al temor de dar un pequeño tropiezo.
Para disipar los sudores, aunque sean fríos, al final del tramo aguarda un manantial que invita a perderse saliendo del camino marcado en la ruta senderista, porque no está a la vista. Después, se puede seguir descendiendo hasta el mar y elegir entre la arena que haya dejado el océano en días de poco oleaje -hacia la derecha-, o caminar entre callaos para tomar un baño y resfrescarse antes de emprender el ascenso que, con un desnivel de unos 300 metros, puede llevar más de dos horas. Quienes se sientan intimidados por el esfuerzo, pueden admirar el camino desde el pueblo vecino y señalar allí donde una lengua amarilla de arena baja hasta la playa.
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